Es raro ver a un medico en su consulta, llorando, riéndose de todo, malhumorado (existen, claro que si, pero no son la mayoría) generalmente es una persona sobria, que parece, a veces, que ni sentimientos tiene, que le puedes contar la historia mas triste de tu vida y ni una lágrima le sacaras.
Recuerdo una internista que hablaba con las enfermeras y conmigo, una de ellas le dijo: "Doctora tu siempre te ves tan feliz" y ella se sonrió sarcásticamente y dijo: "Tu no sabes el calvario que llevo por dentro, esto es solo una coraza que yo me pongo para venir a trabajar".
La neurocirujano tenia una interconsulta pendiente, se le llamo para recordarle y dijo que iría mas tarde porque estaba velando a su madre que había fallecido, y luego cumplió su interconsulta de la manera mas profesional posible, como si nada le estuviera pasando.
En estos casos es donde se demuestra lo profesional, que somos y que aunque estemos muy alegres o muy tristes, debemos meternos en nuestro papel de medico y empatizar con el paciente, acompañarlo en su tristeza o su alegría.
Pasa lo mismo en el sentido contrario, una guardia en donde por cosas de Dios, un paciente entra en paro, comienza la desesperación y los llantos de los familiares, gritando: ¡¡doctor, doctor!!, aunque no parezca nos duele y nos asusta también la muerte, vamos donde el paciente y hacemos todo lo posible por devolverlo a la vida, pero se nos va, la fuerza y el temple que hay que tener para decirle a los familiares que el paciente ha fallecido es muy grande.
Si tomamos todos esos sentimientos, miedos y preocupaciones y los llevamos a la casa, vamos a pasar esa tristeza a nuestras familias, o sufriríamos de una depresión perenne, por esto hay que siempre mantener un equilibrio, y mucha fortaleza mental, para saber canalizar esas energías.
Cuando pasamos la consulta o por lo menos a mi me pasa, me enfoco solo en el paciente; mis preocupaciones, tristezas y alegrías en ese momento pasan a un segundo plano, aun cuando me sienta muy triste, intento siempre imprimirle algo de alegría y optimismo a el paciente (cuando se puede y el paciente te lo permite), no en vano somos la primera dosis de tratamiento.
Al final se trata de ayudar al paciente, que ya viene con sus propias cargas como para sumarle las nuestras.
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