Dra Manrique: Apagón en unidad de cuidados intensivos

martes, 25 de julio de 2017

    Esta historia es relatada por una colega...

     Era una madrugada en cirugía menor, otra guardia como bachiller de quinto año, por cierto, menos de los que deberíamos estar. Eran las 2 de la mañana, me encontraba evaluando a un adolescente con una fuerte epigastralgia, cuando de repente...

     Toda la emergencia quedo oscura, no hubo servicio que no fuera victima del apagón, las tinieblas se apoderaron de toda la planta baja del hospital.

     Tras indicar tratamiento a mi joven paciente, solo apoyada con la luz del celular, muchos pensamientos comenzaron a llegar a mi mente; la voz de alguno de mis pasados instructores resonaba en mi cabeza: " Si alguna vez se va la electricidad durante su guardia no vacilen en dirigirse a la unidad de cuidados intensivos o trauma shock, o donde sepan que funcione algún equipo de ventilación mecánica; no podemos confiar en la planta o en que sea un corte eléctrico pasajero".

     Inmediatamente fui a trauma shock, respire con alivio al no encontrar ningún paciente usando asistencia ventilatoria. Me dirigí a la unidad de cuidados intensivos y ahí era otra historia; las 7 camas disponibles estaban ocupadas, con el efímero consuelo  que la bateria de los equipos se había activado y los equipos estaban funcionando.

     La planta nunca encendió, la batería de los equipos debía  funcionar al menos 2 horas, pero el consuelo duro solo 20 minutos, los monitores se apagaron y los ventiladores cesaron su función.

     Antes que la descompensación ocurriera, los residentes se pusieron en acción prestando soporte manual a los pacientes con el resucitador (ambu). Junto con mis compañeros fuimos alertando a cualquier medico, enfermera, o estudiante disponible sobre la situación en la unidad de cuidados intensivos, para que prestaran su apoyo.

     Cuando no hubo a quien mas reclutar, llego nuestro turno de asistir a los necesitados pacientes. En eso pasamos al menos 1 hora. Casi no podía sentir mis manos. Sin importar cuantas veces me reemplazaran para descansar, mis dedos seguían entumecidos. 

     Ya había perdido la cuenta de cuanto había apretado el ambú, siempre acompasada a una frecuencia respiratoria normal, pero con la ansiedad de no descuidarme y saltarme alguna, con la bolsa conectada improvisadamente a la toma de oxigeno, en ausencia de suficientes flujometros. 

     Habíamos varios en lo mismo, pero parecía no ser suficiente; el tiempo pasada y seguíamos a oscuras. 

     De pronto, después de casi hora y media del apagón, las luces se encendieron; la electricidad había vuelto. Fue entonces que mi corazón brincó de verdadera alegría; los ventiladores podían ser conectados, los monitores encendidos. Los aparatos podían volver a funcionar y sostener el aliento de esos 7 venezolanos. Ninguno llegó a caer en paro; nuestro esfuerzo había valido la pena. 

     Ahora solo quedaba la fatiga, los restos de la pasada angustia y la felicidad de que había vuelto la luz y la Unidad de Cuidados Intensivos ya no era presa de la oscuridad.

     y así quedo la sala de cuidados intensivos ese día:

Apagon en hospital

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